Para la teología católica tradicional y la escolástica era in hecho evidente que el Jesús histórico había fundado la Iglesia. En los Evangelios encontramos la persona y la vida de Jesucristo tal como la captaron desde la fe los primeros cristianos. En los Hechos, la Iglesia surgió del acontecimiento de Pentecostés y de la acción de los apóstoles movidos por el Espíritu. En Pablo y Juan constatamos la comprensión teológica de los acontecimientos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, junto con una nueva concepción del hombre y del mundo y en las cartas pastorales, una primera organización de las comunidades.
Posteriormente se pasa de la descripción creyente de la realidad de la Iglesia a una segunda fase de reflexión y de comprensión, a la luz de la fe, de las realidades profundas de las que surge y vive esa Iglesia. Desde la época de los Padres San Ambrosio y San Agustín hasta la Edad Media, el nacimiento de la Iglesia se expresa con la imagen mistérica de la herida producida por la lanza en el costado de Jesús crucificado, de la que brota sangre y agua.
Más adelante, en un período en el que predominan preocupaciones de tipo legal, se subraya la elección y el envío de los apóstoles como iniciadores y antecesores, por voluntad de Cristo, de la jerarquía eclesiástica. La contrarreforma distinguirá especialmente el ministerio del Papa.
Con el desarrollo de los estudios históricos se mostró una nueva concepción de la historia y sus métodos. A partir de la Ilustración y de la disputa modernista a comienzos del Siglo XX el tema del nacimiento de la Iglesia se centra en la cuestión crítica de su origen histórico. Hay exégetas y teólogos que afirmaron que la Iglesia no se remonta a Jesús sino que es el resultado de acontecimientos posteriores a su muerte; fue la experiencia de la Pascua lo que originó esta nueva realidad que denominamos Iglesia o, dicho de otro modo, Jesús no pretendió fundar iglesia alguna sino que se limitó a proclamar el Reino de Dios y sus discípulos se reconocieron como la nueva comunidad de salvación. Por ejemplo, Loisy llegó a la conclusión de que el Jesús histórico no había fundado la Iglesia, aunque esta fuera el resultado de su vida y su obra; afirmaba que la tradición apostólica relaciona a la Iglesia más que con Jesús (el Mesías que predica el Reino de Dios), con Cristo resucitado.
La primera reacción de la teología tradicional fue la de afrontar el problema tratando de demostrar que Jesús había fundado la Iglesia utilizando algunos pasajes evangélicos. Pero este planteamiento no tenía mucha solidez si tomamos el término fundar en su sentido jurídico-institucional; no debemos pensar en la fundación de la Iglesia como si se tratara de la fundación o constitución de una sociedad humana, cuando se trata de la prolongación en el tiempo de la presencia de Cristo en el mundo, como signo o sacramento de esa presencia.
Se puede decir que la Iglesia no tiene su origen en el mandato de Jesús sino en toda la acción de Dios en Jesucristo, desde su nacimiento, su predicación y la elección de los discípulos hasta su muerte, su resurrección y el envío del Espíritu.
El Concilio Vaticano II ya tuvo en cuenta esta problemática y el número 5 de la Constitución Lumen Gentium, habla de la fundación de la Iglesia y nos dice que Jesús dió comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, la llegada del Reino de Dios. La palabra fundación abarca los hechos pascuales de la resurrección y de la donación del Espíritu. Los términos fundar o fundación se deben entender en el sentido de "estar en el origen".
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