viernes, 15 de septiembre de 2023

¿QUÉ ES EL MODERNISMO TEOLÓGICO?

 

El Modernismo teológico fue un movimiento surgido a finales del Siglo XIX que se define como el intento de acomodar el mensaje cristiano a las exigencias del pensamiento y de la ciencia de los tiempos modernos por el deseo de renovación de los estudios teológicos y bíblicos y por una reforma de la vida social. San Pío X lo definió en la encíclica “Pascendi” como un sistema filosófico-dogmático que deforma la esencia del cristianismo.

La crisis modernista afectó a un reducido número de intelectuales católicos, a un pequeño número de sacerdotes, a algunos teólogos y a un muy reducido grupo de laicos. La teoría modernista tiene un doble fundamento: el agnosticismo, que sostiene la incapacidad de la razón humana de llegar a Dios, y el inmanentismo (teología del sentimiento) que admite como único camino de llegar a Dios la vía de los afectos, sentimientos y experiencias místicas. El principio metodológico que rige al Modernismo es la ley de la “evolución”. Todo cambia: la fe, la moral, el dogma, el culto, la Iglesia. Nada hay permanente. El error más grave del Modernismo fue el de que al tratar de explicar la fe cristiana, con el fin de hacerla más aceptable a la mentalidad moderna, la vació de todo contenido sobrenatural.

El pensamiento modernista nunca se expuso de modo orgánico, sino en forma de artículos en revistas. No pretendieron los teólogos modernistas abandonar la Iglesia, sino reformarla desde dentro. Pero al aceptar los modernistas los postulados del Racionalismo, que descarta lo sobrenatural, el papa san Pío X se vio obligado a intervenir y lo hizo mediante dos documentos, ambos fechados en 1907: el decreto “Lamentabili” y la encíclica “Pascendi”. En ellos se condenan todo un conjunto de proposiciones modernistas, pues no puede aceptarse que el contenido de la Revelación quede subordinado a los principios de la Ciencia; Revelación y ciencia no se excluyen, ni se oponen, más bien se complementan.

viernes, 1 de septiembre de 2023

LA FORMULACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO (SIGLO II)

 

En el curso de los siglos la Iglesia ha transmitido fielmente la enseñanza de Jesucristo, intentando llegar a una comprensión más profunda de ella, defendiéndola de las falsas interpretaciones y proclamándola en la celebración del culto. Todo esto constituye la tradición en sentido propio, en el proceso de transmisión de la Revelación sobre Cristo. Este proceso no tuvo lugar de manera uniforme. Hubo momentos muy fructíferos junto con otros de estancamiento doctrinal.

La evolución de la doctrina cristológica antes del Concilio de Nicea estuvo orientada a afirmar la doble naturaleza, humana y divina, de Jesucristo, a sostener que es verdadero hombre y verdadero Dios. Ya en el Siglo II se observa la aparición de errores doctrinales que negaban bien la divinidad de Cristo o bien su humanidad.

El ebionismo surgió en el ámbito judeo-cristiano y presenta a Cristo como un hombre, aunque ve en él a un gran profeta pero rechaza la trascendencia de su persona. En esta línea se mueve también el adopcionismo, que se desarrolló hacia finales del Siglo II. Ve en Jesús a un hombre unido a Dios, un hombre divinizado, un hijo adoptivo de Dios mediante el bautismo o la resurrección.

El docetismo niega la humanidad de Cristo; en la encarnación, el Hijo de Dios habría asumido un cuerpo aparente, un comportamiento humano, puesto que era inconcebible que Dios pudiese nacer, padecer y morir.

Ignacio de Antioquía se declaró en contra de estas desviaciones. Afirmó la realidad del nacimiento, del comportamiento humano, de la pasión, de la muerte y resurrección de Jesús. Estos acontecimientos son los que integran el plan salvífico de Dios, dando fundamento a la esperanza del hombre. Humanidad y divinidad constituyen en Cristo una unidad misteriosa. El principio que lleva a tal afirmación es soteriológico: no hay salvación si Cristo no es Dios y si no es solidario con el hombre; si se minusvalora la encarnación también se está minusvalorando la salvación.

Otra figura que fue testigo de la fe de la Iglesia antigua fue Ireneo de Lyon. Destaca la función histórica de Cristo: Era preciso que el Salvador fuese Dios ya que el hombre no puede aproximarse a Dios si Dios no se acerca a el; pero también que fuese hombre, para ejercer su misión de mediador para la salvación de los creyentes.