A finales del S. IV se observa en la evolución de la cristología una situación de estancamiento. El problema de la unión de las dos naturalezas de Cristo estaba planteado; la solución de Apolinar fue negar la realidad del alma humana de Cristo, algo que fue rechazado. Las dos naturalezas mezcladas resultaba insuficiente y la presencia de dos naturalezas unidas en una sola persona no pasaba de la formulación verbal.
San Agustín (S. V) encontró una respuesta: el hombre, alma y cuerpo, es asumido por el Verbo, formando con él una única persona. Afirmaba que "así como en la unidad de persona el alma se une al cuerpo para constituir el hombre, así en la unidad de la persona Dios se une al hombre para constituir a Cristo". Es la misma persona del Verbo pero que en Cristo está constituida por el compuesto de la naturaleza humana y de la divina. Por eso Agustín afirma que en la encarnación, Dios se ha hecho hombre y que el hombre Jesucristo es Hijo de Dios.
Aunque Agustín coloca el acento en la unidad de las dos naturalezas, esto no le quita nada a la humanidad de Cristo; hay en él un verdadero progreso cognoscitivo y habla de emociones y sufrimientos de su alma.
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