Para Arrio, el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, es una criatura; no es engendrado desde la eternidad por el Padre y no es de la misma sustancia que el Padre. Es como un demiurgo, que se encarnó en un hombre, Jesucristo, y le falta el alma intelectiva humana, que es suplida por el Verbo. Por tanto, está sujeto a la condición humana, a las pasiones y a las debilidades del espíritu humano. Si ha prevalecido por encima de las demás criaturas es porque Dios previó su constancia en las pruebas y su victoria sobre el mal. En sentido estricto, el Verbo no se encarnó para salvar a la humanidad sino para obtener su glorificación ante Dios.
En el Concilio de Nicea se condenó esta doctrina; se reafirmó la Encarnación del Hijo de Dios pero no se tomaron posiciones con respecto a la naturaleza humana de Cristo. Enseñaba que "el Verbo se encarnó y se hizo hombre".
Fue Eustaquio de Antioquía quien señaló la negación del alma humana de Cristo como principal error en el arrianismo y comenzó así la tradición cristológica del Logos-Anthropos, es decir, del Verbo que se hace hombre.
San Atanasio también se posicionó contra Arrio, no por reducir al Verbo a alma de Cristo sino porque lo considera un hombre como los demás, sometido a las pasiones. Atanasio comienza el modelo del Logos-sarx, el Verbo que se hace carne. Explica la Encarnación como el Verbo que tomó un cuerpo en el seno de María.
En estas posiciones todavía se observan ciertas incoherencias, debido a la contraposición entre el dato bíblico y la antropología en la que los autores se apoyaban.
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