No se encuentra esclarecido de manera suficiente las acusaciones que se vertían contra los cristianos pero de todas las hipótesis que se han planteado parece que pudo haber, hacia el año 35 d.C., una decisión del senado romano debido a la intención del emperador Tiberio de reconocer la fe cristiana con vistas a poder dominar las agitaciones que se daban en Palestina. La decisión del senado frenó este proyecto y pudo sentar las bases para las persecuciones posteriores.
Nerón responsabilizó a los cristianos del incendio de Roma en el año 64 y se desataron unas prácticas contra los cristianos acusados de desórdenes, entre las que figuran condenas a muerte y leyes represivas por las que debían ser ajusticiados.
A veces se observan ambigüedades entre los mismos dirigentes romanos; En algunas cartas que se conservan, se muestran preocupados porque debían aplicar las leyes existentes pero por otro lado percibían la severidad de tales castigos, con lo que hay especialistas que consideran que altas personalidades comenzaban a simpatizar con el movimiento cristiano.
Tras un período de persecución, seguían periodos de relativa calma durante los que la Iglesia podía extenderse y reforzarse. La persecución de mayor amplitud fue la de Marco Aurelio en el año 177 en la Galia, aunque es difícil precisar su responsabilidad directa. También en Africa se dieron situaciones de martirio como el de Perpetua y Felicidad, en el año 203, los mártires escilitanos, en el año 180 y otros sucesos que se conocen por escritos de Tertuliano.
Con el emperador Septimio Severo pudo promulgarse un edicto de persecución pero con sus sucesores se inauguró un período de tolerancia hacia los cristianos, ya que se difundió cierto sincretismo religioso en la corte y esto favoreció la tranquilidad en los ambientes cristianos.
Con la llegada al trono de Decio (249-251) dió comienzo otra persecución, puesto que impuso la obligación de ofrecer sacrificios a los dioses del imperio. Como la Iglesia ya gozaba de cierta estrucura y riquezas se propuso desarticularla; muchos cristianos renegaron de su fe, huyeron o compraron certificados que atestiguaban que habían cumplido con el edicto imperial. Decio murió dejando a la Iglesia en una situación grave: el problema de los lapsi, los que habían renegado de su fe y que querían ser readmitidos y los defensores de la fe, quienes gozaban de prestigio en la comunidad por las torturas sufridas.
En el 258 vuelve a haber una nueva persecución con Valeriano. Posteriormente, su hijo Galieno, le restituyó a la Iglesia los bienes que le habían sido confiscados. Durante 40 años la Iglesia gozó de tranquilidad y pudo extenderse, hasta que en el año 303 hubo un nuevo intento de restaurar los antiguos cultos a los dioses del Imperio y con ello, una nueva persecución contra los cristianos. La de Diocleciano y Galerio fue la última, y duró hasta el año 311.
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