Las relaciones entre los cristianos y los paganos tuvo que hacer frente a muchas dificultades. No eran aceptados como "otro grupo" junto con los judíos y la sociedad grecorromana; había mucha desconfianza y rechazo hacia este nuevo grupo religioso. Los cristianos tenían su propia identidad por lo que no participaban de la veda social o elementos de vida cotidiana de su entorno, exponiéndose a ser calumniados y maltratados.
Su predicación resultaba molesta para la tranquilidad de la que disfrutaban los paganos. Hablaban del amor fraterno y la pureza sexual y esto entraba en contradicción con las tramas políticas y sociales que se vivían en la sociedad del Imperio romano. Se temía que los esclavos se adhirieran al nuevo grupo, así como las mujeres y los jóvenes, y que reclamaran los derechos morales que el cristianismo difundía.
Las acusaciones que más se repetían eran antropofagia, por el sacramento de la Eucaristía, incesto, por predicar el amor entre hermanos, y ateos puesto que no aceptaban el culto a los dioses de la sociedad grecorromana. Los cristianos intentaron algunas formas de diálogo escribiendo obras dirigidas a las autoridades romanas y a las personas de las que se esperaría que escucharan: los filósofos. Pero los intelectuales paganos se dedicaron a atacar las doctrinas cristianas y las Escrituras.
Hacia el año 178, Celso, con su obra Discurso Verdadero, consideraba al cristianismo una superstición y a Jesucristo, un profeta. Porfirio, en La Filosofía de los Oráculos, negaba la autoridad de las Escrituras, tachándolas de incongruentes y falsas. Algunos escritores cristianos respondieron en defensa de la fe, como Orígenes, que escribió la obra Contra Celso.
Sin embargo, la reacción de los paganos no se frenó en esta lucha literaria, sino que continuó con medidas represivas y persecuciones.
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