Durante el Siglo VI surgieron problemas cristológicos nuevos. Continúa presente la cuestión de la unidad de la naturaleza humana y divina de Cristo, así como de la terminología más idónea para expresarla. También surge otra controversia con el tema del conocimiento humano de Cristo, su doble voluntad y actividad. Estos temas se desarrollarán en los concilios de Constantinopla II y III.
El Concilio de Constantinopla II
A mediados del siglo VI se vive un período de fuertes controversias a nivel teológico. Por un lado, se encuentran quienes apoyan el Concilio de Calcedonia pero también están los nestorianos y los monofisitas y conviven todas estas visiones.
Este Concilio observa como objetivo principal interpretar la enseñanza de Calcedonia teniendo en cuenta este clima a nivel teológico. El Canon V del Concilio de Calcedonia establecía que el Verbo de Dios se ha unido a la carne según la subsistencia. El Canon VI precisa que el valor del título Madre de Dios significa propiamente que el Dios Verbo se encarnó y nació de ella. El Canon VII define la expresión calcedonense en dos naturalezas para indicar la diferencia de las naturalezas de Cristo, que permanece también después de la unión realizada sin confusión. Esta diferencia no significa separación en Cristo, sino solo una distinción conceptual: dos naturalezas no significa en modo alguno dos realidades con una subsistencia propia separada cada una.
El Canon VIII indica cómo se pueden conciliar la terminología de Cirilo de Alejandría con la de Calcedonia, intentando reconciliar las diversas corrientes teológicas. Se puede hablar de una sola naturaleza del Verbo de Dios encarnado porque con tal fórmula se quiere decir que de la naturaleza humana y divina en virtud de la unión hipostática se realiza un solo Cristo.
En lo que concierne al tema de la Unión del Verbo con la naturaleza humana, el Concilio de Constantinopla II recoge la doctrina de Calcedonia: una unión según composición, ó sea, según la hipóstasis, haciéndose eco de la enseñanza conciliar precedente.
Hay varias figuras que destacan en esta época. Leoncio de Jerusalén concibe la unión entre la divinidad y la humanidad de Cristo en cuanto realizada en la única persona del Verbo y viene a poseer además de las propiedades divinas también las propiedades humanas. Por ello se puede hablar de una cierta "asimetría" de las dos naturalezas de Cristo, ya que la humana no tiene subsistencia propia sino que subsiste en la persona del Verbo. Leoncio concibe erróneamente estas propiedades humanas como algo que completa las propiedades divinas, con riesgo no solo de reducir la humanidad de Cristo a una especie de accidente de la divinidad, sino también de introducir un cambio de estado en la misma naturaleza divina.
Máximo el Confesor enseñaba que Cristo es una única persona y que esta es la persona misma del Verbo, de modo que la naturaleza humana de Cristo resulta unida a él, es decir, subsiste en él. Afirmaba la distinción entre la naturaleza humana de Cristo y la persona del Verbo y por esta distinción era posible plantear la presencia en él de una voluntad y una operación humana y de una voluntad y una operación divina.
Boecio concibe a la persona como una naturaleza sustancial dotada de mente y de razón y por ello da una definición clásica: la persona es una sustancia concreta racional. De aquí también la imposibilidad de concebir que la naturaleza humana de Cristo no sea persona. Para Boecio la única explicación de la unidad personal de Cristo es la referencia al dato de fe que habría que explicar: Cristo es una sola persona porque si tuviese dos personas no podría ser uno solo.
Rustico intenta responder a la pregunta qué es la persona. Es una naturaleza humana e individua, en sí misma subsistente. Aplicando esta definición a Cristo era posible dar una explicación de por qué la naturaleza humana de Cristo no es una persona. La naturaleza humana asumida no es persona porque no tiene subsistencia propia sino que la toma del Verbo. La humanidad de Cristo fue creada de esta manera en el acto mismo de la Encarnación con miras a la unión con la subsistencia del Verbo.
Todas estos reflexiones ofrecen cierta profundización terminológica y una primera evolución en la doctrina de la naturaleza humana de Cristo. Era una época en donde todavía prevalecía una pobreza en el ambiente cultural y de ahí la dificultad del discurso cristológico. Igualmente la atención de la teología estaba puesta en otras áreas, como por ejemplo, el tema de la salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario